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¿Es lo mismo padecer una demencia y padecer Alzheimer? La respuesta es sí y no. Y es que la persona que padece Alzheimer padece una demencia, pero la persona que padece una demencia no necesariamente tiene que padecer Alzheimer. Y es que, aunque la enfermedad de Alzheimer es la demencia más extendida, lo cierto es que existen otras que se agrupan también bajo la categoría de demencias.

¿Qué entendemos por demencia? Se trata de un deterioro intelectual, lo suficientemente severo como para interferir en la vida cotidiana de la persona cuando ésta está despierta. Ello implica la pérdida de diferentes capacidades, tales como la memoria, el vocabulario o la comprensión.

Aunque las demencias pueden ser irreversibles, también las hay reversibles. Y es aquí donde radica la principal diferencia con la enfermedad de Alzheimer. Cuando se habla de Alzheimer estamos ante una demencia neurodegenerativa, progresiva e irreversible, es decir, las diferentes capacidades van perdiéndose poco a poco y son irrecuperables.

Como se comentaba anteriormente, la enfermedad de Alzheimer es la más extendida en nuestra sociedad. Aproximadamente el 60% de las personas aquejadas de demencia se encuadran en la categoría de Alzheimer, repartiéndose el resto de porcentaje entre las demás alteraciones que cursan con la categoría de demencia (aquí tendríamos las demencias vasculares, enfermedad de Pick, enfermedad de los cuerpos de Lewy, etc.).


El avance de la enfermedad de Alzheimer

La enfermedad de Alzheimer fue descrita en 1907 por el neurólogo alemán Alois Alzheimer. Va avanzando poco a poco a lo largo de tres fases que se extienden aproximadamente hasta los 10-15 años una vez que la enfermedad se ha manifestado.

La primera fase recibe el nombre de “fase leve” y se extiende aproximadamente durante dos años. A los síntomas característicos de este primer estadio con frecuencia no se le dan importancia por su carácter leve. Incluyen pérdida de memoria, desorientación temporal y espacial, perdida de iniciativa, dificultad para encontrar palabras y disminución de la capacidad de concentración.

La segunda fase recibe el nombre de “fase moderada” y se extiende en el orden de tres a cinco años. Los síntomas que aparecen impiden al paciente realizar muchas actividades de la vida diaria e incluyen alteraciones como pérdidas importantes de memoria, autoinsuficiencia (precisando pues ayuda para actividades como lavarse, vestirse, etc.), desorientación marcada y trastornos marcados del lenguaje.

La tercera y última fase recibe el nombre de fase severa y se extiende hasta unos quince años. Aquí el paciente depende totalmente de un cuidador. Entre los síntomas característicos de esta fase se encuentra la dificultad para alimentarse, la incapacidad para reconocer familia y amigos, inmovilidad e incontinencia.

En la Asociación disponemos de las herramientas necesarias para delimitar de manera exacta la fase de la enfermedad en la que se encuentra el paciente.

Los síntomas de las tres fases del Alzheimer se recogen en una escala denominada “Escala GDS de Reisberg” (GDS es el acrónimo de “Global Deterioration Scale”). En esta escala, las tres fases quedan recogidas en un intervalo que va desde GDS 1 a GDS 7, considerándose que existe demencia de Alzheimer a partir de GDS 2. De tal manera, la primera fase se correspondería con GDS 2 y GDS 3, la segunda fase con GDS 4 y GDS 5 y la tercera fase con GDS 6 y GDS 7.


Tratamiento de la enfermedad de Alzheimer

Como se comentaba anteriormente, la enfermedad de Alzheimer es irreversible, por lo que carece de curación. Sin embargo pueden aplicarse tratamientos encaminados a retrasar todo lo posible el avance de la enfermedad, favoreciendo pues el correcto desempeño de las actividades de la vida diaria del enfermo y por ende, potenciando su calidad de vida.

El tratamiento de la enfermedad se divide básicamente en dos grupos: tratamiento farmacológico y tratamiento no farmacológico.

En lo referente al tratamiento farmacológico, la opción más extendida es la de aquellos medicamentos encuadrados en la categoría de anticolinérgicos. La tacrina (©cognex), donepezilo (©aricept) y la rivastagmina (©exelon, ©prometax) son medicamentos de esta categoría.

El tratamiento no farmacológico se divide en tres categorías: cognitivo, emocional y ocupacional artístico. Cada una de estas categorías puede subdividirse en diversas modalidades de trabajo mediante las cuales potenciamos las capacidades cognitivas que el enfermo aún conserva. En el apartado dedicado a nuestra Asociación y nuestros servicios podrá encontrar más información al respecto.